sábado, 1 de octubre de 2011

Eduardo Mendoza: “Lo que mejor resiste el paso del tiempo es el humor”


-El ganador del Premio Planeta con “Riña de gatos. Madrid 1936” considera que Franco estaba más cerca de Perón que de Mussolini.


Con una novela ambientada en los antecedentes de la Guerra Civil, ‘Riña de gatos. Madrid 1936’, Eduardo Mendoza ha urdido un relato que combina la intriga, la historia y el humor. El resultado le ha valido al autor el Premio Planeta, cuyo jurado ha apostado por esta especie de vodevil culto que relata las andanzas de Anthony Whitelands, un especialista británico en arte español, por el Madrid prebélico. Whitelands, que se ve enredado por unos y otros, traba contacto con el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. Por la novela pululan personajes históricos del momento como Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Francisco Franco o Sánchez Mazas, todos ellos abstraídos en sus componendas y asechanzas. Eduardo Mendoza cree que el humor en la literatura es el género que mejor resiste el paso del tiempo. Lo dice un maestro que lo ha cultivado repetidamente. Sobre las circunstancias de la época, piensa que “el fascismo español tuvo un discurso bastante vacío porque nació de una manera muy precipitada”.

PREGUNTA: Pinta al fundador de la Falange como un niño bien obsesionado por emular a su padre. ¿Lo del complejo de inferioridad es real?

RESPUESTA: No creo que se pueda hablar de complejo de inferioridad. José Antonio sí estaba obsesionado por la figura de su padre, el general Miguel Primo de Rivera, al que admiraba muchísimo. Consideraba que su padre había hecho todo lo posible por el bien del país y el país había sido muy ingrato con él. Incluso quienes le rodeaban luego le traicionaron. Esta obsesión le persiguió toda su vida.

P: ¿Cómo era su personalidad?

R: Él era un hombre profundamente desconfiado. Sus biógrafos coinciden en que era un hombre tímido, lo cual, como a todos los tímidos, le hacía reaccionar un poco en demasía, y poseía un enorme encanto personal. Incluso sus enemigos reconocen que era un gran seductor y que tenía mucha simpatía.

P: Pero usted lo presenta como un hombre con un discurso bastante vacío.

R: El fascismo español tuvo un discurso bastante vacío porque nació de una manera muy precipitada y pronto entró en una situación muy convulsa, de manera que pasó del pensamiento a la acción. El propio José Antonio cuenta en algunos escritos que como los falangistas habían de pasar todo el día pegándose puñetazos y a veces tiros, les era muy difícil hacer un programa político serio. El fascismo italiano viene de una rama del socialismo que evoluciona a lo largo de diez o doce años y luego se hace con el poder en la Marcha sobre Roma. En Alemania, los nazis tenían detrás también una formación filosófica. Paradójicamente, cuando la Falange consigue imponerse después de la Guerra Civil, no queda nada de su programa.

Sección Femenina

P: ¿Qué era Franco, un fascista o un dictador militar?

R: Franco es un dictador normal y corriente como cualquier otro, está más cerca de algunos dictadores latinoamericanos. Es un hombre más próximo a Perón que a Mussolini. Franco no tiene una ideología detrás, aprovecha un poco el andamiaje ideológico, pero no el contenido, de la Falange, a la que luego le da muy poca cancha: la absorbe, asimila y utiliza sus símbolos. La Falange tenía un programa social teóricamente muy avanzado. Proponía una reforma agraria, los impuestos e incluso llega a defender la nacionalización de la banca. No tuvo tiempo de pensar qué significaba eso en la práctica. Pero su propuesta es bastante revolucionaria. Hay unos escritos falangistas después de la guerra que dicen: “nos han dejado muchos luceros pero nada más”. Curiosamente, la única cosa que la dictadura deja que se lleve hasta el final es la Sección Femenina. Es la única realización de la Falange, nace con el objetivo de formar a la mujer y adquiere una dimensión pequeñoburguesa.

P: ¿Por qué está tan descuidado el humor en la literatura española actual, cuando ha habido representantes eximios como Quevedo, Jardiel Poncela, Mihura o Torrente Ballester?

R: Al final, si uno echa la vista atrás, lo que mejor resiste el paso del tiempo es el humor. La literatura española es ‘El lazarillo’, ‘El buscón’, ‘El Quijote’, las comedias... Que no haya un humor culto en la literatura quizá se deba a que todavía estamos a la sombra de la novela del siglo XIX, que es muy seria. En cambio, toda la novela del siglo XVIII es humorística: ahí están Swift, Voltaire o Diderot.

P: ¿Le ha sido difícil utilizar la ironía para narrar una etapa tan convulsa como los prolegómenos de la Guerra Civil?

R: La ironía está en la mirada del autor y en labios de los protagonistas. Estoy convencido de que la gente, aunque tuviera un papel histórico importante, eran seres humanos con sentido del humor. De hecho, he podido comprobar leyendo documentación de la época que el humor estaba muy presente y que se contaban muchos chistes y se hacían muchas bromas, aunque se vivieran situaciones muy dramáticas. En la cárcel había juerga. Quizá va con el carácter de los españoles.

P: A usted se le describe como un caballero anglófilo y educado. No obstante, a juzgar por su obra, le deben de gustar mucho los folletines y la literatura popular.

R: Sí, me gustan mucho los géneros populares. Intento llevar los géneros populares al terreno culto, o al revés, la cosa culta al terreno popular. El humor en general parece que está como mal visto. Se deja en manos de humoristas chocarreros. Hacer un humor culto con referencias literarias, poniendo en el lector un nivel de inteligencia por lo menos igual al del escritor, me parece interesante. No se puede reducir el vodevil a señores corriendo en calzoncillos.

Espías en Madrid

P: ¿Era el Madrid prebélico un hervidero de espías?

R: Sí, eso lo he podido testificar. Todo el mundo sabía que lo que pasara en España influiría decisivamente en el resto del mundo. Aquí estaban puestos los ojos de las grandes potencias.

P: Usted además es un gran aficionado de la novela de espías.

R: Sí, eso es verdad. Lo que ocurre con las novelas de espías es que siempre ocurren en sitios tradicionales: en la Unión Soviética, Londres…, pero nunca se me había ocurrido que pudiera haber una novela de espías en Madrid. Y esta ‘Riña de gatos’ me brindó la ocasión de escribirla.

P: ¿En una novela histórica se pueden deformar los hechos por conveniencias narrativas?

R: Hay que ser fiel a la Historia, riguroso con respecto al momento y evitar caer en anacronismos. Pero en cambio se puede fabular, siempre que no se hagan trampas. Ha de quedar muy claro lo que es verdad y lo que es invención. En esta novela, ningún lector, por muy ingenuo que sea, se dejará engañar por lo que hay de cuento inventado.