martes, 8 de enero de 2013

«La socialdemocracia se extinguirá si no se regenera»



Autor de una rica producción ensayística, el catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona Manuel Cruz cumple 60 años y lo hace de la mejor manera a que un pensador puede aspirar, con un libro-homenaje en el que han colaborado otros profesores y su gran maestro, Emilio Lledó, que firma la introducción al volumen. En ‘Vivir para pensar’ (Herder), filósofos como Victoria Camps, Daniel Innerarity, Gianni Vattimo, Javier Muguerza, Enzo Traverso o Beatriz Sarlo repasan la actividad intelectual de este hombre que ha dedicado su vida a un quehacer poco frecuente entre los españoles: el pensar. Manuel Cruz desconfía de la actitud acrítica con que se reciben las nuevas tecnologías, con una conducta “sumisa y genuflexa”. Alerta por añadidura de los nubarrones que se ciernen sobre la socialdemocracia si no acomete una pronta regeneración.
PREGUNTA: ¿Por qué los españoles, salvo pocas excepciones, son tan poco dados a la especulación filosófica?
RESPUESTA: Para no dar una respuesta apresurada y simplista, habría que echar la vista atrás y remontarse, como poco, a la contrarreforma, con su nulo aprecio por todo lo que representaba la racionalidad y el saber. Y si no queremos alejarnos tanto en el tiempo y aludir a lo más reciente, bastaría con recordar que, de la lista de los grandes filósofos de la modernidad (Kant, Hegel, Hobbes...), prácticamente ninguno de ellos podía ser explicado en España durante el franquismo. Los libros de filosofía que estuvieron en vigor durante la dictadura, de 1940 a 1970, eran en su inmensa mayoría fronterizos con la teología. De Descartes hasta el siglo XX todos eran sospechosos. ¿Y que decir de Nietzsche, Marx y Freud, a los que Foucault consideraba clave para entender la filosofía del siglo XX? Impensable resultaba ni siquiera considerar la posibilidad de hablar de ellos. La filosofía española, por decirlo con la expresión de Gregorio Morán, era un erial.
P: ¿Vivimos en una utopía tecnológica? Ya casi es un lugar común decir que todo está en Internet.
R: No todo está en Internet, pero la gente vive como si todo estuviera en la Red. El enorme desarrollo de la tecnología está desdibujando el límite entre lo verosímil y lo inverosímil, entre el pasado y el presente. Mantenemos con respecto a la tecnología la misma actitud sumisa y genuflexa que mostramos ante los poderes económicos de Bruselas. Algunos hechos que se nos anuncian, como la presunta inminente desaparición de los periódicos en papel, los recibimos como si procedieran del destino. Quien se resista a ello parece que no acepta el signo de los tiempos.
P: ¿Está abocada a la extinción la socialdemocracia?
R: Si no lleva a cabo su propia regeneración, está claro que está condenada a la extinción. El ocaso de las utopías en el siglo XX es algo evidente. La utopía soviética fracasó, mientras que la utopía socialdemócrata keynesiana no soportó la gran crisis económica de los años setenta, que abrió el paso, en la siguiente década, a la hegemonía neoliberal de Thatcher y Reagan. Por su parte, la Tercera Vía, impulsada por Tony Blair, rebajó las pretensiones redistributivas de la socialdemocracia clásica con el propósito de parar el golpe de la supremacía del liberalismo. Pero la fantasía de Blair y compañía de gestionar el capitalismo de un modo no demasiado injusto, aunque sin cuestionar que las desigualdades crecieran, también saltó por los aires.

Muro de Berlín

P: ¿El declive viene de lejos?
R: El capitalismo se quedó solo en 1989 cuando se produjo la caída del muro de Berlín, cuyo derrumbe ya venía siendo anunciada a lo largo de los ochenta (baste con recordar la tan publicitada en su momento perestroika de Gorbachov). La izquierda de repente carecía de la capacidad de intimidación que ejercía sobre la derecha gracias a la amenaza soviética.
P: ¿La base social de la socialdemocracia ha sufrido un grave menoscabo?
R: Las condiciones materiales han variado de manera sustancial. La fábrica, como lugar de encuentro de los trabajadores, hacía posible la existencia del movimiento obrero, que desplegaba sus propias formas políticas y sindicales. Todo eso tiende a desaparecer con fenómenos como la deslocalización de la industria o el teletrabajo. Buena prueba de ello la constituye la creciente debilidad de los sindicatos. En las últimas huelgas generales que ha habido en España, han tenido más éxito las manifestaciones al final de la jornada que la paralización en cuanto tal de la actividad económica. Todos tenemos cerca a alguien que nos ha dicho algo parecido a esto: "me hubiera gustado hacer huelga, pero no podía asumir el riesgo".
P: ¿Le sorprende que los políticos invoquen el argumento de que no son responsables de lo que está ocurriendo, que todo viene impuesto por Bruselas?
R: Siendo verdad una parte de lo que se dice, ya que es cierto que las directrices de Bruselas han encogido mucho el campo de juego, es patente que los políticos hacen un uso absolutamente espurio de la idea de responsabilidad. Cuando dicen que hacen algo "por responsabilidad", por lo general es para justificar que están haciendo lo contrario de lo que habían prometido. El litoral español se ha convertido un auténtico desastre urbanístico y ecológico porque un montón de ayuntamientos y comunidades autónomas han ido concediendo licencias de urbanización, que no eran precisamente un mandato de Bruselas.

'Revival marxista'

P: ¿Es entonces un problema de corrupción?
R: No necesariamente. No estoy diciendo que los que permitieron la urbanización de la costa lo hicieran para enriquecerse. Puede haber equipos municipales absolutamente honestos que permitieron todo ese boom inmobiliario porque dicha actividad económica les reportaba ingentes recursos a las arcas públicas.
P: ¿La crisis está vigorizando el pensamiento marxista?
R: En ambientes académicos hay un cierto ‘revival’ del marxismo. Habría que analizar lo que hay de moda, de intento de epatar, como hace Zizec al reivindicar a Lenin. Al margen de ese caso, y de otros análogos (que ni la pena merece comentar), hay algo de profundamente saludable en ese regreso del mejor materialismo contemporáneo, tras la apoteosis de la banalidad postmoderna.
P: ¿Cuál es su percepción del 15-M y organizaciones afines?
R: Un rasgo característico de estos grupos es que se plantean el debate político en unos términos relativamente poco ideologizados, esto es, con poca doctrina. Ahí está el movimiento del pago por dación, que pide que se cancelen las hipotecas a cambio de devolver la vivienda u otros semejantes. Se trata de reivindicaciones que cabría considerar casi como de mínimos, lo cual constituye en sí misma una novedad digna de ser destacada, por lo que tiene de indicio de un emergente nuevo imaginario colectivo.
P: ¿Nietzsche, Marx y Freud son los pensadores más influyentes en nuestras vidas?
R: Nietzsche, Marx y Freud, a los que ya antes aludí, son extremadamente influyentes por cuanto han contribuido a cambiar nuestros esquemas mentales, incluso los de aquellos que jamás los han leído. Ahora cualquiera habla con total ligereza y naturalidad de traumas de la infancia y otras situaciones similares sin haber hojeado una página de Freud, porque la sociedad da por descontado que ese tipo de experiencias en el inconsciente son determinantes. En el caso de Marx, incluso hasta las personas de derechas incorporan a sus discursos ideas como la del antagonismo de clases, sin conocer el pensamiento marxista. Los tres pensadores dibujaron el escenario en que ha transcurrido el siglo XX. Quizá aparezca otra triada en los próximos años que nos obligue a reconsiderarlo todo.
P: ¿Por qué dice que amar en los tiempos actuales se ha puesto difícil?
R: Porque el amor se ha hecho crecientemente disfuncional. Hará un año entré una gran superficie que exhibía en un expositor los diez libros más vendidos. Uno de ellos llevaba por título ‘Contra el amor dependiente’. Lo que el autor llamaba ‘amor dependiente’ era lo que toda la vida se ha llamado amor sin más. Porque este, si no entraña dependencia, ¿qué es? Cuando una persona está enamorada de otra la echa a faltar en cuanto desaparece de su vista, y vive esa desaparición como un gran vacío. Da la impresión de que no es funcional el hecho de que alguien tenga como horizonte que llene por completo su existencia estar con otra persona. Si el amor provoca que no se consuma ni se funcione bien en el trabajo, automáticamente pasa a ser considerado en el mundo de hoy como una anomalía, una enfermedad o incluso una patología peligrosa.

Desprestigio

P: ¿Qué debemos entender por ‘barbarización’ de las élites?
R: En este momento de severísima crisis, estamos viendo que el modo en que hemos seleccionado a nuestras élites constituye un problema. La enorme decepción que desde hace mucho tiempo se viene configurando en la opinión pública respecto a los políticos tiene que ver con lo que es percibido como una notable incompetencia por su parte. Aunque hay que decir, como consolador descargo para ellos, que si observamos cómo se han gestionado otros ámbitos como la economía, la justicia, la cultura o el periodismo vemos que hay un proceso de auténtico deterioro casi en todas partes. Cada vez es más difícil encontrar una profesión que conserve un prestigio inequívoco. Y ese es un problema que no es de hoy.
P: ¿Y a qué se debe?, ¿a la educación?
R: Al sistema educativo se le deben atribuir las responsabilidades que hagan falta. Pero a veces le endosamos muchas más de las que le corresponden. El mayor horror del siglo XX, el Holocausto, tuvo lugar en el corazón de la Europa más culta. A veces perdemos de vista que la educación es parte de un proceso mucho más amplio que es la socialización. Y los individuos son socializados de muchas maneras, no solamente a través de los conocimientos que les transmiten sus profesores, sino por medio de todo lo que están percibiendo en la sociedad. Se necesita una profundísima regeneración en todos los ámbitos. Hace muchísimos años, cuando lo único que había era una educación básicamente católica, la gente ya se daba cuenta de que una cosa era lo que se enseñaba en el colegio y otra las reglas del juego que regían la vida. Algo grave ocurre cuando un niño o adolescente percibe que la premisa de ser honrado, por ejemplo, está disociada de lo que impera en la calle.
P: ¿La misión del filósofo es no solo comprender el mundo, sino también transformarlo, como decía Marx?
R: El filósofo debería aportar materiales útiles para la transformación de la sociedad. Si dejara de interpretar el mundo para convertirse exclusivamente en un activista dejaría obviamente de ser filósofo y estaría ejerciendo como un ciudadano más, particularmente participativo si se quiere. Es algo a lo que por supuesto tiene derecho, pero que no es lo que le define como filósofo.

Posos del café

P: ¿La filosofía ha cedido terreno ante el empuje imparable de la psicología?
R: La filosofía lleva mucho tiempo cediendo terreno ante el avance de diversas disciplinas, de modo que el tronco del saber filosófico cada vez es más delgado. Por descontado que le ha afectado el progreso de otras ciencias. La cuestión está en saber si sabrá resistir el embate.
P: ¿Se atreve a predecir el futuro?
R: En horario de oficina, si se me permite la expresión, suelo negarme en redondo, con el argumento de que los filósofos no están ni para formular augurios ni para leer los posos del café. Ello no impide, claro está, que piense en ello en mis ratos libres. Y la sensación que tengo al respecto es que la filosofía ha resistido mucho tiempo, esto es, ha mostrado una notable fortaleza. Es verdad que la filosofía no pasa por su mejor momento desde un punto de vista académico, pero el discurso del filósofo sigue despertando interés. Basta con ver que casi todos los periódicos de Europa que se precian de su prestigio acogen en sus páginas a filósofos. Debe ser que lo que decimos responde a alguna honda necesidad, ¿no?