Elena Ochoa, antes sexóloga y hoy lady Foster, ha tenido una ocurrencia con la que se va a llenar los bolsillos. Cuando murió Francis Bacon, la mujer se puso en contacto con los albaceas del genial artista (perdón por el tópico). Con la autorización de estos, la que ahora es editora de libros de lujo se plantó en el estudio del maestro irlandés (perdón otra vez) y arrambló con toda la porquería que encontró. Como el pintor era noctívago, más bien borrachuzo y algo descuidado, su estudio parecía más el cubil de un buhonero que el lugar de trabajo de un artista. Cosa que en absoluto molestó a Elena Ochoa. Entre harapos y basura, la Ochoa hizo acopio de recortes, fotos, apuntes, bocetos, manuscritos y demás morralla que encontró en ese santuario de la inmundicia.
Con todo ese material, que otro hubiera escondido debajo de la alfombra, Elena Ochoa hizo facsímiles de documentos y objetos que encerró en una maleta también vieja y destartalada. Cada una de las valija-subprime cuesta 102.000 euros. No está mal para unos cuantos papelotes y baratijas. Audacia no le falta a nuestra amiga. La misma que demostraron los inventores de las hipotecas basura, que unos cuantos hicieron que cotizaran como el oro en los parqués, bien empaquetadas por lotes y adornadas con un lazo por los hurones de Wall Street.
La misma osadía muestran nuestros gobernantes. Toman los aeropuertos, que en su día costaron un dineral, y nos dicen que no valen un pimiento. Lo despachan al sector privado con el pretexto de que son una basura. De entre el lodazal aparecen unos gestores aseados que no hacen ascos a los desechos y convierten la basura en un espléndido negocio. (De la rentabilidad de la basura sabe mucho la mafia napolitana). Después de Aena, vendrá Renfe, luego los hospitales, los museos y las universidades, que habrán de pasar primero por la trituradora de detritus. Y una vez depreciadas y hecha abono, serán vendidas al mejor postor. Mientras tanto, todos calladitos y con la nariz tapada.
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