“Mi amigo Alfonso Sastre era más católico que nadie”, cuenta el escritor aficando en Glasgow
Lleva en Gran Bretaña más años que en España, pero no le "da la gana hacer un cuento inglés"
José Luis Miras
Siendo
el maestro del cuento español, el autor que ha inspirado a cultivadores
del relato corto, Medardo Fraile es un escritor muy poco conocido. Sin
embargo, un genio como Augusto Monterroso quedó maravillado por el
dominio del idioma de Fraile, “su inagotable capacidad de invención y su
profundo conocimiento de los seres humanos”. Medardo Fraile es ahora
noticia porque la editorial Menoscuarto rescata su única novela, que
pasó injustamente desapercibida: ‘Laberinto de fortuna’. A sus 87 años,
habla con enorme lucidez y evoca a sus amigos, los miembros de la
Generación del Medio Siglo: Ignacio Aldecoa, Alfonso Sastre, Jesús
Fernández Santos y tantos otros. No se muerde la lengua y dice que el
‘Ulises, de Joyce, “es un camelo”. Con todo profesa auténtica devoción
por otras obras del irlandés, como ‘Dublineses’ y ‘Retrato del artista
adolescente’.
- ¿Cómo le dio por escribir una novela, cuando toda su vida se ha dedicado sobre todo al cuento?
Soy un militante del cuento, pero también de otras cosas.
Mi padre, desde que era joven, me decía: “Pero, hombre, ¿por qué no
escribes una novela si con ello ganas más dinero?” Hasta llegué a
sospechar que la gente creía que yo no sabía escribir una novela, cuando
cualquier cuentista que sea exigente puede hacerlo. Estaba en Escocia,
dando clases en la Universidad de Strathclyde (Glasgow) y me puse a
escribirla. Así daba una satisfacción a mis padres, que era lo único que
me interesaba.
- No tuvo mucha suerte.
Me presenté al Nadal. Tenía ciertas esperanzas porque en
el jurado estaba Francisco García Pavón, un buen amigo. No pasó
absolutamente nada, la novela quedó entre los finalistas, pero en noveno
o décimo lugar. El premio se lo dieron a un médico de Sevilla, Juan
Ramón Zaragoza, un recomendado de Laín Entralgo. La crítica le dio unos
palos tremendos y salieron titulares que decían: ‘‘El Nadal ya no es
para escritores”. Luego, García Pavón me confesó en que mi novela no la
había leído nadie.
- Sin embargo no tiró la toalla.
Me presenté al Premio Azorín. Mi novela se titulaba
‘Laberinto de fortuna’. Dejaron el premio desierto. No debieron hacerlo
nunca. Aunque no acabara de gustar mi obra, me podrían haber dado un
millón de pesetas a mí o a otro que tuviera nombre. Al cabo de un mes un
poeta que era miembro del jurado sacó un librito de pensamientos que no
hacía ninguna falta y que se llamaba ‘Laberinto de fortuna’. Le colgó
el título de Juan de Mena. Me agarré un cabreo estúpido y me dije: ahora
no se va a titular ‘Laberinto de fortuna’. Le puse ‘Autobiografía’
porque tenía elementos biográficos, de mi infancia, y a la vez
personajes inventados. Ahora veo que fue una tontería.
- ¿Qué cuenta en ‘Laberinto de fortuna’?
La historia se desarrolla en los últimos años de la
dictadura de Miguel Primo de Rivera, en el Directorio Civil (1928-1931).
Yo nací en 1925, y entonces mi madre enseguida cayó enferma. La
recuerdo muy pálida, muy cerúlea, en la cama; le ponían ventosas en la
espalda y le aplicaban otros remedios horribles.
- Se relatan sucesos muy sonados en su tiempo.
Aparece el incendio del Teatro Novedades, que ocurrió en
1928. Se quemó un día en que yo estuve a punto de ir, pues una prima me
iba a llevar. Mientras estaba ardiendo, para calmar a la gente, una
orquesta se puso a tocar un pasodoble. Cosas de esas, grotescas, pasaban
entonces. Los muertos se cubrieron con una manta y pusieron encima de
los cadáveres un letrero con la palabra ‘Novedades’, como si fuesen una
cosa de El Corte Inglés.
- La novela a punto estuvo de ser llevada al cine.
Rafael Azcona hizo un guión que todavía tengo y que está a disposición de quien se anime.
- Su amigo, el también escritor José María Merino, dice que la ficción se está extinguiendo. ¿Lo comparte?
En cierto modo es verdad porque España ha pegado un
cambiazo impresionante. Ortega y Gasset se carteó en Ginebra con Octavio
Paz y le dijo: “Olvídate de la literatura, la literatura está muerta,
aunque no se hayan enterado los franceses. Ponte a pensar”.
Cuatro brochazos
- ¿Tuvo que cambiar algo en su mente de cuentista para escribir la novela?
No, a mí lo que me interesa siempre es que las cosas
estén bien hechas: no dejar nada colgando, no dejar nada que no me acaba
de convencer. Esta novela está bien hecha y escrita, con una exigencia
de cuento.
- Dígame tres reglas básicas del cuento
No se puede perder el tiempo. En el cuento es prioritario
que la escritura esté al servicio del tema y dar una impresión muy
verdadera y clara, con cuatro brochazos. Tiene que ser más o menos
corto, cuanto más corto más cuento y mejor.
- Pues Hemingway escribía cuentos largos
A mí no me gustan los cuentos de Hemingway, me parecen
muy truculentos. Él mismo me parecía bastante truculento, con eso de los
elefantes, África, el rifle, los toros…
- Dicen del cuento que es un género libérrimo, pero muchos no paran de hacer decálogos sobre su naturaleza.
Nadie sabe cómo tiene que ser el cuento. Monterroso trató
de dar una fórmula pero acabó reconociendo que no sabía cómo tenía que
ser. Monterroso tenía cuentos maravillosos, aparte del camelo del
dinosaurio. Los cuentos no se hacen como churros. Cuando una palabra de
un cuento no me acaba de convencer, me despierto por la noche y pienso
en ella. Un cuento requiere una tensión extraordinaria.
- Su deslumbramiento por el cuento vino de la mano de Katherine Mansfield.
Sí, había una colección que creo que llevaba José María
Subirón, en la que se publicaban obras extranjeras que no había en
España. Leí ‘En la bahía’ y me di cuenta de que en aquel momento no se
hacían cuentos así. Estábamos muy obsesionados por la literatura social
porque Franco estaba ahí. En ese cuento de Mansfield late una
preocupación tan grande por el ser humano como la que había en la
literatura social. Me pareció algo mágico. Años más tarde me enteré de
que Katherine Mansfield partía de Chéjov. Cuando estrené una obra de
teatro que tuvo mucho éxito y que se llamaba ‘El hermano’ -una obra que
me propusieron publicar en ‘Acanto’, el suplemento de ‘Cuadernos de
literatura’- se acercó a mí el director de cine David Lean y me dijo en
inglés: “tu obra tiene una influencia muy importante de Chéjov”, y yo le
dije: “¿De quién?”. Y me puse a leer a Chéjov.
- ¿Los cuentistas jóvenes dan la espalda a los clásicos?
En España los clásicos han estado siempre olvidados. Hay gente que no ha leído ‘El Quijote’.
"Español cien por cien"
- ¿Pecan los nuevos cuentistas de no localizar sus historias en España por creerlo provinciano?
Sobre la deslocalización expongo mi caso: yo vivo en
Escocia. Llevo ya en Gran Bretaña más años que en España y sin embargo
no me da la gana hacer un cuento inglés o escocés. Me considero un
español cien por cien. Siempre estoy pensando en España cuando hago un
cuento. De siempre a los españoles nos han interesado más los autores
extranjeros que los autóctonos, es algo de toda la vida. Una de las
bromas que digo últimamente es que los catalanes son los más españoles
que hay porque se quieren separar de España.
- ¿Por qué no le interesa Raymond Carver?
Me parecen que todos sus cuentos son técnicamente
iguales. Se le ve que es un escritor de taller. En mi época no había
talleres. Ni Aldecoa tenía taller, ni Fernández Santos ni nadie.
Escribíamos de lo que nos daba la gana. Nadie nos decía esto no hay
ponerlo.
- Se cita siempre a Aldecoa y a usted juntos, pero, aparte de la amistad, poco tiene usted que ver con él.
Aldecoa tiene cuentos magníficos y era una persona muy noble. Era un hombre capaz de pelearse por ti.
- ¿Quiénes eran sus mejores amigos del grupo del medio siglo?
Fui muy amigo de Alfonso Sastre. Luego su vida fue un
desastre, por culpa de una mujer, Eva Forest, un monstruo que participó
en el atentado con bomba en la calle del Correo. Sastre era más católico
que nadie. Salvo él, ninguno sabíamos nada de la religión, salvo que
nos habían bautizado, que los curas vestían sotana y que las iglesias
servían para ir a misa. Colaboramos en la primera obra de teatro que
estrenamos los dos; se llamaba ‘Muerte’ y yo hice casi todos los
diálogos. Fue un éxito. Fue la primera obra que estrenamos en grupo de
teatro Arte Nuevo.
- También trabajó con otro dramaturgo muy diferente de Sastre, como es Alfonso Paso
En efecto, luego colaboré con Alfonso Paso en otra obra.
Paso era más divertido, pero menos de fiar como amigo. Sastre era una
persona muy sólida. Ahora creo que está muy viejecito y muy controlado
por la hija, que se llama Eva también. Hasta hace un par de dos o tres
años hemos estado en contacto, mandándonos los libros que sacábamos cada
uno. Jesús Fernández Santos también fue un buen amigo, muy diferente a
todos pero muy divertido, muy noble. Con Ferlosio, a pesar de sus
rarezas, encajaba muy bien.
Gente pícara
- Se hartó de la gente del teatro
Sí, me pareció que encarnaban toda una picaresca y mí lo que realmente me gustaba era hacer prosa.
- Dice de usted Ángel Zapata que detrás de su escritura aplaciente hay todo un disidente. ¿Es así?
Yo creo que sí. Me considero un francotirador.
- ¿Sufre viendo cómo van muriendo todos sus compañeros de generación?
Quedan Ana María Matute y Ferlosio. Ferlosio está muy
averiado. La gente dice que yo soy el mejor conservado. Tengo 87 años.
Nunca creí que iba a llegar a cumplirlos. Estaba tan seguro de que me
iba a morir pronto que cuando cumplí 50 años me compré una copa de
plata. Bueno, parece que la cosa sigue.
- ¿Se siente poco reconocido como escritor?
Sí, quizás. Pero me compensa la gente que me considera y a
la que le gusto. Lo que pasa en España es que llega una generación y
parece que está inventando el país. Hay gente que piensa que antes de
ellos no había ni una sola persona inteligente
- ¿Hay algún gigante de las letras que se le haya atragantado?
El ‘Ulises’ de Joyce. Es una osadía decir eso, pero me
parece que es un camelo. Un tío que va con una patata en el bolsillo
porque es irlandés… a mí no me gusta. Sin embargo, me agrada mucho, por
ejemplo, ‘Dublineses’; es un libro fantástico. También lo es ‘Retrato
del artista adolescente’. Joyce era un escritor como un piano, pero a mí
nunca me convenció el ‘Ulises’. El libro además se ha convertido en un
espoleo para el turismo en Irlanda.
- Y ¿cómo ve a España desde la distancia, ya que vive parte de su tiempo en Escocia?
Lo que está pasando es terrible, pero el pueblo español,
en este sentido, es admirable, porque hay que ver cómo aguanta. Se toma
su aperitivo, su café… el que puede, claro está. Lo que aquí nunca falta
es la alegría y el afán de vivir. Allí, en Escocia, la gente parece
muerta. Aquí la gente se vuelca, tiene cosas que decir y lo hace con
gracia. Me gusta hablar con los taxistas. Uno de ellos me dijo un día
que estaba lloviendo: “Esto es grasa para el campo”. Eso es creación.
- ¿Se siente indignado o es un descreído de la política?
Estamos defendiendo una cosa absurda, que es el euro, a
costa de un montón de desgracias, de gente que lo pasa mal, que no va al
colegio, que no tiene sanidad. Creo que la culpa, en cierto modo, es de
la época socialista y de Europa, de la señora Merkel. Creo que hay unos
países en Europa, como Irlanda, España, Portugal y Grecia, que están
haciendo ganar dinero a Europa y no les interesa que estemos mejor.
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