martes, 27 de marzo de 2012

Montana y las ilusiones recobradas


Libros del Asteroide publica 'Todo', de Kevin Canty, una novela de personajes solos que persiguen una segunda oportunidad en sus vidas


Vidas cruzadas, paisajes de desoladora belleza y gentes que buscan una segunda oportunidad en el amor. De este planteamiento nace 'Todo' (Libros del Asteroide), una novela que el estadounidense Kevin Canty ha escrito con mano experta y lirismo contenido. Los personajes de esta magnífica obra buscan la redención de una existencia que les lleva a la deriva y el fracaso. Pese a los embates de la vida, hay una obstinación de los cuatro protagonistas de esta historia por salir airosos del transcurrir devastador del tiempo.

Kevin Canty (Lakeport, 1953), quien había cultivado con acierto el cuento de estirpe carveriana, retrata a unos seres que conmueven y que, aunque reinciden en el error, se aferran a la vida con fuerza. Con prosa sobria y un alarde de sutileza, Canty cuenta la vida de personajes disconformes con su entorno, que a veces beben con desmesura y otras siguen atrapados por los vestigios de un pasado hippy.

Las criaturas de Canty, sobre las que el paisaje de Montana se impone como una fuerza portentosa, tratan de rehacer sus vidas. RL, a quien su esposa abandonó dejándole al cargo de su hija, se enamora de una mujer que pasa por el trance de recibir quimioterapia. June, una viuda que por primera vez deja de convocar el recuerdo de su marido, pone a la venta la casa en que había habitado durante sus once años de matrimonio. También comparece Layla, quien se cuestiona la relación que mantiene con su novio. Layla mantiene una relación con Edgar, quizá el personaje más desdibujado en la novela, un hombre que trabaja con RL en una tienda de artículos de pesca y pinta de forma obsesiva el retrato de su amante,

En esta su quinta novela, el escritor recurre de nuevo a la frase breve y el estilo minimalista, tan del gusto de los prosistas norteamericanos, aunque en ocasiones rompe con su propia tradición y se permite algunas incursiones en el terreno de lo poético.

Temas

En 'Todo' se multiplican los asuntos que, como aguas subterráneas, recorren la novela. La novela aborda el arrepentimiento, pero también el deterioro de la enfermedad y la vejez. Aunque la historia está traspasada por un sentimiento de tristeza, la actitud de Layla, sobre todo, infunde esperanzas. En un relato en el que hasta la naturaleza participa para encoger el ánimo del lector y trasvasarle la sensación de soledad, el desenlace de la novela no cae en la tentación del derrotismo.

'Todo' se nutre de personajes que transmiten verdad e inspiran compasión, sin caer en el sentimentalismo, peligro que sortea con éxito Canty. Hombres y mujeres insatisfechos, que se afanan por tener una vida mejor y superar el dolor de unas existencias que soportan heridas profundas, en las que el vacío ha dejado un dolor insondable, por más que algunos personajes sean demasiado jóvenes para apechar prematuramente con tantas decepciones.

Da la casualidad de que Libros del Asteroide ha publicado dos novelas ambientadas en Montana: 'El río de la vida', de Norman Maclean, y 'Una temporada para silbar', de Ivan Doig. Historias que se desarrollan en parajes nevados y climas extremos, con las Montañas Rocosas de trasfondo. Curiosamente, tanto en 'El río de la vida' como en 'Todo' los protagonistas comparten la pasión de la pesca con mosca. Se trata de dos novelas en las que las aguas, como la vida, fluyen sin que los humanos sean capaces de descifrar su enigma.

Kevin Canty trabaja como profesor de escritura creativa en la Universidad de Montana, en Missoula, donde vive. Autor de tres libros de relatos -'Ajenos a este mundo' (1994), 'Honeymoon' (2001) y 'Where the Money Went' (2009)- y de cuatro novelas: 'Into the Great Wide Open' (1996), 'Nine Below Zero' (1999), 'Winslow in Love' (2005) y 'Todo' (2010), que fue elegida por 'The New Yorker' una de las mejores novelas del año.

lunes, 19 de marzo de 2012

Doce fábulas del padre del teatro moderno


Nórdica edita los cuentos que August Strindberg contaba a sus hijos


Polemista feroz, hombre contradictorio y padre del teatro moderno, August Strindberg (1849-1912), de quien este año se cumple el centenario de su muerte, vuelve a ser noticia. Con motivo de la efeméride, varias editoriales recuperan títulos fundamentales de este revolucionario que combinó las más variadas actividades, desde dramaturgo a novelista, pasando por pintor, fotógrafo y autor de ensayos. Entre los títulos que ahora salen a la luz sobresale el publicado por la editorial Nórdica, que recoge doce cuentos, en su mayoría inéditos y con ilustraciones en color de Thorsten Schonberg que datan de 1915.

'Cuentos' recoge doce fábulas con una fuerte carga moral que el escritor sueco escribió a principios del siglo XX. Como explica el traductor del libro, Francisco J. Uriz, se trata de piezas breves que el autor de 'La señorita Julia' solía contar a sus hijos. Aunque pretendía que tuvieran una inspiración en los relatos de Hans Christian Andersen, a quien Strindberg admiraba mucho, el resultado estuvo bastante alejado de sus pretensiones. Salvo dos o tres cuentos de clara estirpe anderseniana, en muchas de las piezas asoma el crítico inmisericorde que era Strindberg, siempre dispuesto a arremeter contra las instituciones de su época. "Era un hombre extraordinariamente susceptible y muy violento en sus manifestaciones literarias", arguye Uriz, quien subraya que en el cuento 'Los cascos de oro de Alleberg', Strindberg carga contra la monarquía, una de sus bestias negras, junto a la Iglesia, el Ejército y la Academia sueca. "Es un cuento escrito con un tono teatral fantástico y que está dotado de unos diálogos preciosos", asevera el traductor. Las diatribas de Strindberg contra unos poderosos que han "hipotecado el país a las potencias extranjeras" no pueden tener una lectura más actual.

Otras veces, a lo largo de estos relatos, Strindberg no puede reprimir su vena satírica o la denuncia social. "Hay un cuento relativo a la cadena perpetua que a mí me parece uno de los mejores. Trata de un preso a quien no dejan salir de la cárcel pese a haber estad 25 años recluido".

Atormentado e intransigente, con una ideología que basculaba entre el anarquismo y el socialismo, Strindberg era un hombre que se debatía en contradicciones. Su defensa a ultranza de los derechos de la mujer no le impedía ser un misógino impenitente. Sus brotes psicóticos, por añadidura, le abocaron a actitudes paranoicas y a enemistarse con sus más íntimos. "Strindberg se sentía perseguido por cualquiera", afirma Uriz, quien destaca que la escritura de 'Casados' le obligó a afrontar un proceso por "blasfemia".

Torturado y volcánico

Pero Strindberg es más que un hombre torturado y de temperamento volcánico. «Una de sus principales aportaciones es que es el padre del sueco moderno, al que limpia de toda la ampulosidad que arrastraba del alemán, dando a su idioma un acento más ligero y expresivo", arguye el traductor.

A la obra de August Strindberg vuelven una y otra vez las editoriales españolas. Su primera novela, 'El salón rojo' (Acantilado) acaba de ser reeditada. 'Pequeño catecismo para la clase baja' (Capitán Swing) y 'Banderas negras' (Funambulista) son otros textos recuperados con ocasión del centenario del escritor. A juicio de Uriz, el aniversario debería ser una oportunidad para ahondar en la obra del autor sueco y rescatar su teatro histórico, del que no se ha traducido nada. Francisco J. Uriz considera que si los dramas históricos de Shakespeare gustan a los españoles y son bien entendidos, por qué no van a gozar del favor del público las obras de Strindberg de este tipo.

De la enorme talla artística de Strindberg habla el hecho de que Kafka se refiriera a él en su 'Diario' con palabras harto elogiosas. "Ante él me siento como un hombre ante una estatua".

sábado, 10 de marzo de 2012

Huraños y esquivos


-Numerosos escritores han recurrido al silencio editorial y la vida furtiva para escapar del asedio de la fama.

-Salinger, Pynchon o McCarthy se han hecho celebres tanto por sus libros como por sus huidas.



Ahora que el escritor ya no es un ser anónimo, sino un sujeto expuesto a todos tipo de exhibiciones impúdicas, sorprende que haya autores que hayan desarrollado una inequívoca vocación de permanecer invisibles. No debiera sorprender que el escritor escoja el silencio. Al fin y al cabo la soledad es elemento imprescindible de la escritura. Lo que tendría que causar estupor son los autores que buscan denodadamente el bullicio como si fuesen modelos que desfilan en la pasarela. J. D. Salinger, Thomas Pynchon o Cormac McCarthy apostaron por el anonimato, incluso la misantropía, haciendo que el aura de misterio acrecentase su espléndida obra.

Hay muchas formas de desaparecer. Juan Rulfo escribió dos obras extraordinarias -"Pedro Páramo" y "El llano en llamas"- y se refugió en el silencio. Nunca abandonó la pluma, pero no quiso entregar nada a la imprenta. Como si ya lo hubiera dicho todo. Desde que nació parecía predestinado a pasar desapercibido. Vino al mundo en Pulco, un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas, y se crió en un orfanato. "El pánico que le tengo yo a la multitud, a la gente, es una cosa congénita", solía decir Rulfo.

Uno de los más grandes escritores latinoamericanos, Juan Carlos Onetti, de carácter hosco y retraído, pasó los últimos años de su vida en la cama, alejado del mundo. Un amigo definió al escritor uruguayo como un "juntasilencios". En una ocasión dejó plantado en la Sorbona a unos cien estudiantes que se congregaron para rendirle homenaje. Sus enclaustramientos llegaron a ser proverbiales. Ejerció la presidencia del I Congreso Internacional de Escritores, celebrado en Gran Canaria, encerrado en su cuarto, del que solo salía para ir al bar a beber acompañado de su gran amigo Juan Rulfo. No acudió a la cena de honor que le organizaron para festejar la concesión del Premio Cervantes, que le dieron en 1980, a pesar de que era esperado por los Reyes.

El paradigma de escritor furtivo es J. D. Salinger. El autor de "El guardián entre el centeno" hizo de sus escapadas de su casa de New Hampshire todo un acontecimiento. Tanto es así que su presencia suscitaba tanta expectación como una aparición mariana. No se sabe muy bien por qué Salinger eligió la vida del ermitaño. Desde 1965 el prosista no entregó una sola línea a la imprenta. El escritor, que murió en 2009, se hizo querer tanto que cualquier cotilleo sobre su persona se elevaba a la categoría de noticia. Su hija Margaret le describió como un tirano y maltratador con extrañas manías, como la de beberse su propia orina para depurar su organismo. "No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo", escribió Margaret Salinger en una biografía implacable que en España publicó Debate.

Entrevistas, pocas

Comarc McCarthy tiene por norma conceder una entrevista cada diez años. Lo poco que se sabe de su persona procede una entrevista en "The New York Times" y un perfil en "Vanity Fair". Su única concesión al espectáculo fue una aparición por sorpresa en el programa televisivo de Oprah Winfrey. La entrevista fue fiasco. Durante toda la conversación el escritor mantuvo un tono seco y cortante. Cuando terminó, los devotos de McCarthy, que son legión desde la publicación de "Meridiano de sangre", seguían sin saber nada de él. Por no saber, nadie sabe dónde vive, si en El Paso, Knoxville, Galveston o Santa Fe. Lo único cierto es que su hogar está cerca de la frontera mexicana.

Si McCarthy puede jactarse de ser esquivo con la prensa, Thomas

Pynchon le aventaja: jamás ha concedido una entrevista. Por un tiempo se creyó que este eremita de la literatura era en realidad J. D. Salinger, pero los hechos se encargaron de refutarlo. Cuando le dieron el National Book Award envió a recogerlo a un cómico que dio las gracias por el galardón a Brezhnev, Kissinger y Truman Capote. Pynchon, sin embargo, se ha permitido algunas humoradas, como cuando prestó su voz para interpretar a su personaje en dos episodios de "Los Simpsons". Eso sí, el personaje de Pynchon se cuida de cubrir su rostro con una bolsa de papel.

Como Rulfo, la española Carmen Laforet fue una escritora condenada al silencio, un silencio que se impuso ella misma. Siendo muy joven publicó, en 1944, "Nada", un éxito que tuvo un efecto pernicioso: acreció su inseguridad patológica, circunstancia que le hizo rehuir el contacto social. Acabó sus días padeciendo una enfermedad degenerativa que devastó su memoria.

Elfriede Jelinek hubiera querido que le tragase la tierra el día que le concedieron el Nobel de Literatura en 2004. La escritora austríaca no pudo recoger el galardón por su fobia social. Ante la ausencia de la homenajeada, la Academia sueca optó por exhibir un vídeo en el que se mostraba a Jelinek y algunas escenas cotidianas cerca de su domicilio en Viena.

La norteamericana Joyce Carol Oates forma parte también de ese selecto club de escritores clandestinos. Es tan celosa de su intimidad que una de sus biografías se titula, no en balde, "Escritora invisible". Aunque desprecia las invitaciones que se le hacen y es alérgica a la vida mundana, no pasa desapercibida. Su grafomanía es tal que no hay año sin que publique uno o dos títulos.

Don de DeLillo, que narrativamente sigue los pasos de Pynchon, escribió toda una novela sobre el síndrome de Salinger. En "Mao II", de 1991, DeLillo aborda las tensiones entre el individuo y los colectivos que tratan de anular la personalidad en pro de un ideal superior.

domingo, 4 de marzo de 2012

Marsé arregla cuentas con la 'gauche divine'


viernes, 2 de marzo de 2012

Carne de cañón



-La editorial Capitán Swing publica ‘La jungla’, de Upton Sinclair, quien escribió un relato estremecedor sobre los mataderos de Chicago

Quién lo iba a decir. Cien años después, el realismo socialista vuelve a los estantes de las librerías. En realidad, la novela de denuncia social nunca desapareció del todo, aunque la Transición impuso de modo inconsciente en la mente de muchos escritores que literatura y política casaban mal. Hablar de política en una novela era de mal tono, salvo que se escondiese en las peripecias del género policiaco. Los editores de Capitán Swing, sin embargo, se han rebelado contra este divorcio y han recuperado un título fundamental que arremete contra los desmanes del capitalismo. Se trata de ‘La jungla’, de Upton Sinclair (Baltimore, 1878-1968), uno de los exponentes más relevantes de la Escuela Realista de Chicago.

‘La jungla’, publicado en 1905, es de esos pocos libros que tuvieron una repercusión social en su tiempo. Las revelaciones sobre las condiciones infrahumanas en que trabajaban los empleados de la industria cárnica y las repugnantes prácticas existentes en los mataderos indujeron al presidente norteamericano Theodore Roosevelt a ordenar una investigación en 1906. Con esta medida, el político pretendía erradicar la adulteración de la carne. Sin embargo, Sinclair fue más allá de la insalubridad de los productos cárnicos. Como escribe César de Vicente en el prólogo, el sistema capitalista, el verdadero monstruo del relato, “quedó intacto” tras la publicación de la novela.

¿Por qué se publica ahora ‘La jungla’? Para De Vicente, la respuesta no admite discusión. “El siglo XXI, podría decirse, se inicia como lo hizo el siglo XX, con la explotación intensiva de los animales, con el dominio de los procesos de racionalización y eficacia técnica industriales, con la preeminencia de los beneficios del capital sobre las condiciones laborales y de vida de los trabajadores y sus familias (…), con la lucha por la supervivencia de miles de proletarios venidos de todas de todas parte del mundo”.

En algunos de sus pasajes, Sinclair no escatima descripciones minuciosas y nauseabundas sobre la manipulación de la carne y los procederes negligentes que imperaban en los mataderos de Chicago. El escritor, que supo traducir a palabras el hedor de los lugares donde se desollaba el ganado, relató aspectos insospechados de la industria cárnica. Contaba cómo las ratas muertas a palazos eran introducidas en las máquinas de picar carne; cómo los inspectores miraban a otro lado cuando eran sacrificadas las vacas enfermas; y cómo las vísceras y las tripas eran recogidas del suelo y envasadas como “jamón en lata”. El libro conmocionó de tal manera a la sociedad estadounidense que Roosevelt presentó al Congreso una ley que creaba la Administración para Alimentos y Medicamentos.

“Fortaleza de la codicia”

Con apenas 28 años, Sinclair, un completo desconocido que empezó alumbrando páginas indigestas de dramas románticos, se convirtió en el héroe que había desafiado con éxito a la todopoderosa industria de la carne. Su gloria recién adquirida le llevó a abrigar la idea quimérica de que podía liberar a Estados Unidos del capitalismo. Me pareció que las paredes de la poderosa fortaleza de la codicia estaban a punto de agrietarse”, escribió. Solo se necesita dar un golpe, y luego otro y otro”.

Después de tomar contacto con grupos socialistas en Nueva York y conocer a activistas e intelectuales de izquierda, Sinclair cambió su escritura. Abominó del lenguaje moralista y los resabios religiosos de su estilo primigenio para abrazar los dictados realismo social.

‘La jungla’ se publicó por entregas en el periódico socialista ‘The Appeal to Reason’. El libro ahora editado por Capitán Swing contiene los 36 capítulos originales de la versión sin censurar.

Recibida con críticas virulentas, que acusaban a la novela de simplista y tergiversadora, ‘La jungla’ cosechó el apoyo entusiasta de Jack London. En Londres, el futuro primer ministro Winston Churchill no se anduvo con rodeos. Dijo que la novela “atraviesa la parte más gruesa del cráneo y el corazón más correoso”.
‘La jungla’ narra la historia de Jurgis Ridkus, un trabajador inmigrante procedente de Lituania que ve cómo su sueño de alcanzar una vida decente se desvanece y deviene una pesadilla desde el momento en que pasa a engrosar la plantilla de un matadero. Su magro salario le impide mantener a su familia. Estas y otras razones le mueven a incorporarse al movimiento socialista.

No es casualidad que la carne desempeñe un papel protagonista en las revueltas sociales. Como recuerda el prologuista de la novela, el motín de ‘El acorazado Potemkin’, la célebre película de Sergei Eisenstein, un levantamiento que se produjo precisamente en 1905 (el año de publicación de la ‘La jungla’) tiene su origen en las condiciones deplorables en que se hallaba la carne con que se alimentaba a la tribulación del barco.