“Mi amigo Alfonso Sastre era más católico que nadie”, cuenta el escritor aficando en Glasgow
Lleva en Gran Bretaña más años que en España, pero no le "da la gana hacer un cuento inglés"
José Luis Miras

Joseph Goebbels es tenido por el genio de la propaganda nazi. Sin embargo, los historiadores tendrán que revisar esta leyenda. El libidinoso y cruel ministro de Propaganda del III Reich padecía un trastorno narcisista de la personalidad que le movía a buscar de modo enfermizo el reconocimiento y el aplauso en los demás. Goebbels (1897-1945) encontró en Hitler la persona que compensaba todos sus complejos y carencias. Su devoción por el Führer era tal que hasta su matrimonio con Magda Quandt fue un apaño de Hitler, que concertó las condiciones de la unión y que estuvo enamorado de la mujer de su subordinado. No es extraño que Goebbels decidiera unir su suerte con la de Hitler suicidándose un día después que su idolatrado guía. Ni Heinrich Himmler ni Martin Bormann optaron por quitarse la vida. Goebbels sí. Después de que su mujer asesinara a sus seis hijos con un somnífero, Magda y el dirigente nazi siguieron el camino trazado por Adolf Hitler. Ninguno podía rebelarse contra su redentor.
Peter Longerich, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Londres, desmonta el mito de Goebbels y ajusta cuentas con uno de los mayores antisemitas de la historia. Joseph Goebbels, obsesionado por anotar en su diario hasta el detalle más nimio, aparece en la biografía del historiador como un hombre que vivía obsesionado con obtener el plácet de Hitler. Un hombre que se desvivía por cosechar el elogio de la autoridad suprema, a la que poco menos que divinizó, carecía de la autonomía e intrepidez necesarias para ser resolutivo. De hecho, Goebbels se topo con decisiones muy relevantes de la que ni siquiera fue informado. Hitler sabía de sobra la dependencia patológica de Goebbels y se aprovechó de ella. Ese papel secundario del ministro de Propaganda se mantuvo con la guerra, circunstancia que obligó al dirigente del Tercer Reich a competir por el favor del Führer. Con él departía cada cuatro o cinco semanas, lo que le hizo caer en el error de que era su hombre de confianza. Longerich, cuya biografía publica en España la editorial RBA, está persuadido de que el mayor interesado en explotar esta deformación de la personalidad fue el propio Hitler. No en vano, los desaires del canciller alemán atormentaban a Goebbels y su mujer, a quienes dolía hasta el escarnio de no ser invitados a cenar con la autoridad suprema.
Longerich se ha dejado la vista escrutando los diarios del ministro de Propaganda y traza un relato nada halagador del jerarca nazi. Su catadura moral era abominable. Pese a su poquedad física, era un hombre promiscuo que anotaba con paciencia de escribano sus conquistas sexuales.
Un parado más
En 1923 Joseph Goebbels era un parado más en las ruinosa República de Weimar. El Banco de Colonia le había despedido, lo que hizo abrigar un odio contra los financieros. En este clima de crisis y decepción, el protagonista de esta documentadísima biografía echa de menos una "mano fuerte" que saque a Alemania de su postración. Y halla en Hitler, que acaba de perpetrar un fallido golpe de Estado, la encarnación de todas sus ilusiones. Cuando el 12 de julio de 1924 contempla por primera vez a Hitler no puede reprimir el llanto. "Por este hombre estoy dispuesto a hacer cualquier cosa", dijo arrobado.
Sorprende que un hombre tan poco agraciado como Goebbels -media poco más de metro y medio y padecía una pronunciada cojera- ensalzara con ardor la superioridad de la raza aria.
Para Longerich, Goebbels fue ante todo un soberbio publicista de sí mismo. Eso no le exculpa de las de las atrocidades e ignominias consumadas por el Tercer Reich. No hay indulgencia con un fanático consumado, predicador de la violencia y activo instigador de la persecución a los judíos, tanto en su papel de líder del partido como de ministro de Propaganda.
Aun siendo una figura sobrevalorada, nadie le quita a Goebbels su protagonismo en el manejo de la psicología de masas. Precursor de la manipulación del inconsciente colectivo, supo obtener de los alemanes la respuesta apetecida mediante la difusión de un mensaje sencillo.
Tras leer detenidamente miles de páginas de ese grafómano compulsivo que fue Goebbels, el historiador echa en falta un ideario claro, una visión política de conjunto que sirva para el diseño de una sociedad. En su ánimo parece prevalecer la idea de agradar a toda costa Hitler y perpetuarse en el régimen que edificar una aspiración política ambiciosa.
Del exhaustivo estudio se deduce ante todo la atormentada personalidad de Goebbels. Se refería a sí mismo con la palabra "ekelhaft", esto es, repugnante. Físicamente era un hombre mermado en sus condiciones físicas. Con tan solo cuatro años padeció una osteomielitis que le atrofió la pierna derecha. Su pie deforme le obligaba a usar un calzado ortopédico. Se puede decir que se resarció de su minusvalía con una infinita sed de poder.
La relación entre el matrimonio Goebbels con Hitler era por encima de todas las cosas perversa. Según Longerich, Hitler estaba enamorado de Magda y urdió un casamiento que le permitía figurar de facto como un miembro más de la familia. No en vano, el Führer se arrogó el privilegio de pasar tardes enteras y hasta días con Magda Quandt a solas, sin la presencia impertinente de su esposo. Cómo no, Goebbels da cuenta en sus diarios de estos extraños encuentros y en sus anotaciones subyace, en medio de la más estricta obediencia, un sentimiento de tristeza.
Su pretendido éxito con las mujeres no era más que el ejercicio de su poder de dominación sobre actrices cuyas carreras dependían de un ministro que movía los hilos.
¿Qué hubiera ocurrido de no haberse suicidado? Probablemente el tribunal de Nuremberg hubiera sido inmisericorde con él.
Un libro puede contener un número infinito de libros. Hay páginas que remiten a otras muchas páginas, y biografías que no se pueden explicar sin lo que escribieron otros. Causalidad o no, los catálogos de las editoriales ofrecen en este momento un nutrido grupo de títulos que tienen a los libros como protagonistas.
Los libros que hablan de libros son tan viejos como la lectura. Cervantes concibió 'El Quijote' como una invectiva contra las novelas de caballerías. Ray Bradbury, cuando gestó 'Fahrenheit 451', se proponía representar una pesadilla: un mundo en el que la lectura estuviera proscrita. Como fruto de esta censura devastadora nacen los hombres-libro, personas que consagran su vida a aprender de memoria una obra para salvarla del olvido.
No hay que remitirse, sin embargo, a tantos años atrás. Los editores de Periférica son especialmente aficionados a alumbrar títulos en los que el libro es un personaje más. En 'Una biblioteca de verano', de Mary Ann Clark Bremer, los escritores Marcel Proust, Daniel Defoe o Paul Valéry son tan relevantes como las peripecias de la trama. Todo comienza cuando una muchacha se hace responsable del funcionamiento de una biblioteca de un pequeño pueblo de Francia. Esta circunstancia permitirá a la joven meditar sobre el valor de la lectura e instruir a los usuarios de la biblioteca acerca de los títulos más recomendables para ellos. Esta novela retrata muchos aspectos de la vida real de su autora, cuyos padres murieron al final de la Segunda Guerra Mundial en un ataque al buque donde viajaban, y en el que también resultó herida la escritora.
De la misma editorial es 'La librería ambulante', de Christopher Morley, un autor que despierta la sonrisa contando las vicisitudes de Helen McGill, una mujer que decide acabar con su vida aburrida para lanzarse a vender libros por los tortuosos caminos de EE UU. Se trata de una novela deliciosa, que retrotrae a esos libros de aventuras de Mark Twain preñados de candidez y situaciones cómicas.
Hay libros que en vez de merecer la adoración se encuentran con la trituradora. Es lo que ocurre con 'Una soledad demasiada ruidosa' (Galaxia Gutenberg), de Bohumil Hrabal. La novela narra las peripecias de Hanta, un hombre que se gana la vida destruyendo libros y reproducciones de cuadros. En sus paseos por Praga, repasa su vida a la vez que medita sobre las enseñanzas de los grandes maestros: Lao Tse, Nietzsche, Hegel o Kant. El autor de esta novela hace un ejercicio de observación costumbrista y despliega una voz poética que confiere mucha intensidad al relato. Muchos de los libros de Hrabal, como 'Trenes rigurosamente vigilados', han sido llevados al cine.
En clave y tono totalmente distintos está escrita 'La librería de las nuevas oportunidades' (Lumen), una historia de Anjali Banerjee que cuenta la vicisitudes de Jasmine, quien por diversos azares se ve obligada a dirigir una tienda de libros poblada de espíritus. No en balde, los volúmenes cobran vida propia y los escritores muertos susurran a Jasmine de forma obstinada.
Y nuevo cambio de tercio. 'Los libros son tímidos', de la italiana Giulia Alberico, es un bello texto sobre los títulos que han acompañado a esta mujer de niña y adolescente como auténticos compañeros de viaje. Cada novela, cada poemario, es para la autora una revelación, un acontecimiento que deja su huella en esta lectora voraz, para quien la literatura es tan buena compañera como lo puede ser una persona.
Todos los libros de que se habla aquí son especialmente queridos por los libreros. Quizá porque muchos hablan de su oficio, de la vecindad y la compañía que procuran el papel y la tinta. Un título que goza desde hace años de la predilección de este gremio es '84, Charing Cross Road', de Helene Hanff. La protagonista, Helen, es una escritora que vive en Manhattan rodeada de pilas de libros y ceniceros colmados. Mantiene un intercambio epistolar con Frank Doel, el librero de Marks & Co., un inglés que la provee de ediciones descatalogadas y tesoros de bibliófilo. Al cabo de 20 años los dos corresponsales continúan escribiéndose y lo que empezó con un trato familiar deviene un tono íntimo.
Con no menos sutileza, Penelope Fitzgerald escribió en 1978 'La librería' (Impedimenta), una novela que entonces pasó inadvertida y que con los años ha ido ganando en reconocimientos. Cuando Florence Green decide abrir una tienda de libros en un pueblo remoto azotado por los vientos del mar del Norte no sabía de la soterrada resistencia que iba a concitar su empeño entre los vecinos. Sobre todo si en ese empeño está el vender 'Lolita', de Nabokov. Fitzgerald, escritora tardía, demuestra que hay fuerzas ocultas e invisibles capaces de aniquilar los sueños más hermosos.
Libros del Asteroide publica 'Todo', de Kevin Canty, una novela de personajes solos que persiguen una segunda oportunidad en sus vidas
Vidas cruzadas, paisajes de desoladora belleza y gentes que buscan una segunda oportunidad en el amor. De este planteamiento nace 'Todo' (Libros del Asteroide), una novela que el estadounidense Kevin Canty ha escrito con mano experta y lirismo contenido. Los personajes de esta magnífica obra buscan la redención de una existencia que les lleva a la deriva y el fracaso. Pese a los embates de la vida, hay una obstinación de los cuatro protagonistas de esta historia por salir airosos del transcurrir devastador del tiempo.
Kevin Canty (Lakeport, 1953), quien había cultivado con acierto el cuento de estirpe carveriana, retrata a unos seres que conmueven y que, aunque reinciden en el error, se aferran a la vida con fuerza. Con prosa sobria y un alarde de sutileza, Canty cuenta la vida de personajes disconformes con su entorno, que a veces beben con desmesura y otras siguen atrapados por los vestigios de un pasado hippy.
Las criaturas de Canty, sobre las que el paisaje de Montana se impone como una fuerza portentosa, tratan de rehacer sus vidas. RL, a quien su esposa abandonó dejándole al cargo de su hija, se enamora de una mujer que pasa por el trance de recibir quimioterapia. June, una viuda que por primera vez deja de convocar el recuerdo de su marido, pone a la venta la casa en que había habitado durante sus once años de matrimonio. También comparece Layla, quien se cuestiona la relación que mantiene con su novio. Layla mantiene una relación con Edgar, quizá el personaje más desdibujado en la novela, un hombre que trabaja con RL en una tienda de artículos de pesca y pinta de forma obsesiva el retrato de su amante,
En esta su quinta novela, el escritor recurre de nuevo a la frase breve y el estilo minimalista, tan del gusto de los prosistas norteamericanos, aunque en ocasiones rompe con su propia tradición y se permite algunas incursiones en el terreno de lo poético.
En 'Todo' se multiplican los asuntos que, como aguas subterráneas, recorren la novela. La novela aborda el arrepentimiento, pero también el deterioro de la enfermedad y la vejez. Aunque la historia está traspasada por un sentimiento de tristeza, la actitud de Layla, sobre todo, infunde esperanzas. En un relato en el que hasta la naturaleza participa para encoger el ánimo del lector y trasvasarle la sensación de soledad, el desenlace de la novela no cae en la tentación del derrotismo.
'Todo' se nutre de personajes que transmiten verdad e inspiran compasión, sin caer en el sentimentalismo, peligro que sortea con éxito Canty. Hombres y mujeres insatisfechos, que se afanan por tener una vida mejor y superar el dolor de unas existencias que soportan heridas profundas, en las que el vacío ha dejado un dolor insondable, por más que algunos personajes sean demasiado jóvenes para apechar prematuramente con tantas decepciones.
Da la casualidad de que Libros del Asteroide ha publicado dos novelas ambientadas en Montana: 'El río de la vida', de Norman Maclean, y 'Una temporada para silbar', de Ivan Doig. Historias que se desarrollan en parajes nevados y climas extremos, con las Montañas Rocosas de trasfondo. Curiosamente, tanto en 'El río de la vida' como en 'Todo' los protagonistas comparten la pasión de la pesca con mosca. Se trata de dos novelas en las que las aguas, como la vida, fluyen sin que los humanos sean capaces de descifrar su enigma.
Kevin Canty trabaja como profesor de escritura creativa en la Universidad de Montana, en Missoula, donde vive. Autor de tres libros de relatos -'Ajenos a este mundo' (1994), 'Honeymoon' (2001) y 'Where the Money Went' (2009)- y de cuatro novelas: 'Into the Great Wide Open' (1996), 'Nine Below Zero' (1999), 'Winslow in Love' (2005) y 'Todo' (2010), que fue elegida por 'The New Yorker' una de las mejores novelas del año.
Polemista feroz, hombre contradictorio y padre del teatro moderno, August Strindberg (1849-1912), de quien este año se cumple el centenario de su muerte, vuelve a ser noticia. Con motivo de la efeméride, varias editoriales recuperan títulos fundamentales de este revolucionario que combinó las más variadas actividades, desde dramaturgo a novelista, pasando por pintor, fotógrafo y autor de ensayos. Entre los títulos que ahora salen a la luz sobresale el publicado por la editorial Nórdica, que recoge doce cuentos, en su mayoría inéditos y con ilustraciones en color de Thorsten Schonberg que datan de 1915.
'Cuentos' recoge doce fábulas con una fuerte carga moral que el escritor sueco escribió a principios del siglo XX. Como explica el traductor del libro, Francisco J. Uriz, se trata de piezas breves que el autor de 'La señorita Julia' solía contar a sus hijos. Aunque pretendía que tuvieran una inspiración en los relatos de Hans Christian Andersen, a quien Strindberg admiraba mucho, el resultado estuvo bastante alejado de sus pretensiones. Salvo dos o tres cuentos de clara estirpe anderseniana, en muchas de las piezas asoma el crítico inmisericorde que era Strindberg, siempre dispuesto a arremeter contra las instituciones de su época. "Era un hombre extraordinariamente susceptible y muy violento en sus manifestaciones literarias", arguye Uriz, quien subraya que en el cuento 'Los cascos de oro de Alleberg', Strindberg carga contra la monarquía, una de sus bestias negras, junto a la Iglesia, el Ejército y la Academia sueca. "Es un cuento escrito con un tono teatral fantástico y que está dotado de unos diálogos preciosos", asevera el traductor. Las diatribas de Strindberg contra unos poderosos que han "hipotecado el país a las potencias extranjeras" no pueden tener una lectura más actual.
Otras veces, a lo largo de estos relatos, Strindberg no puede reprimir su vena satírica o la denuncia social. "Hay un cuento relativo a la cadena perpetua que a mí me parece uno de los mejores. Trata de un preso a quien no dejan salir de la cárcel pese a haber estad 25 años recluido".
Atormentado e intransigente, con una ideología que basculaba entre el anarquismo y el socialismo, Strindberg era un hombre que se debatía en contradicciones. Su defensa a ultranza de los derechos de la mujer no le impedía ser un misógino impenitente. Sus brotes psicóticos, por añadidura, le abocaron a actitudes paranoicas y a enemistarse con sus más íntimos. "Strindberg se sentía perseguido por cualquiera", afirma Uriz, quien destaca que la escritura de 'Casados' le obligó a afrontar un proceso por "blasfemia".
Pero Strindberg es más que un hombre torturado y de temperamento volcánico. «Una de sus principales aportaciones es que es el padre del sueco moderno, al que limpia de toda la ampulosidad que arrastraba del alemán, dando a su idioma un acento más ligero y expresivo", arguye el traductor.
A la obra de August Strindberg vuelven una y otra vez las editoriales españolas. Su primera novela, 'El salón rojo' (Acantilado) acaba de ser reeditada. 'Pequeño catecismo para la clase baja' (Capitán Swing) y 'Banderas negras' (Funambulista) son otros textos recuperados con ocasión del centenario del escritor. A juicio de Uriz, el aniversario debería ser una oportunidad para ahondar en la obra del autor sueco y rescatar su teatro histórico, del que no se ha traducido nada. Francisco J. Uriz considera que si los dramas históricos de Shakespeare gustan a los españoles y son bien entendidos, por qué no van a gozar del favor del público las obras de Strindberg de este tipo.
De la enorme talla artística de Strindberg habla el hecho de que Kafka se refiriera a él en su 'Diario' con palabras harto elogiosas. "Ante él me siento como un hombre ante una estatua".
-Salinger, Pynchon o McCarthy se han hecho celebres tanto por sus libros como por sus huidas.
Ahora que el escritor ya no es un ser anónimo, sino un sujeto expuesto a todos tipo de exhibiciones impúdicas, sorprende que haya autores que hayan desarrollado una inequívoca vocación de permanecer invisibles. No debiera sorprender que el escritor escoja el silencio. Al fin y al cabo la soledad es elemento imprescindible de la escritura. Lo que tendría que causar estupor son los autores que buscan denodadamente el bullicio como si fuesen modelos que desfilan en la pasarela. J. D. Salinger, Thomas Pynchon o Cormac McCarthy apostaron por el anonimato, incluso la misantropía, haciendo que el aura de misterio acrecentase su espléndida obra.
Hay muchas formas de desaparecer. Juan Rulfo escribió dos obras extraordinarias -"Pedro Páramo" y "El llano en llamas"- y se refugió en el silencio. Nunca abandonó la pluma, pero no quiso entregar nada a la imprenta. Como si ya lo hubiera dicho todo. Desde que nació parecía predestinado a pasar desapercibido. Vino al mundo en Pulco, un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas, y se crió en un orfanato. "El pánico que le tengo yo a la multitud, a la gente, es una cosa congénita", solía decir Rulfo.
Uno de los más grandes escritores latinoamericanos, Juan Carlos Onetti, de carácter hosco y retraído, pasó los últimos años de su vida en la cama, alejado del mundo. Un amigo definió al escritor uruguayo como un "juntasilencios". En una ocasión dejó plantado en la Sorbona a unos cien estudiantes que se congregaron para rendirle homenaje. Sus enclaustramientos llegaron a ser proverbiales. Ejerció la presidencia del I Congreso Internacional de Escritores, celebrado en Gran Canaria, encerrado en su cuarto, del que solo salía para ir al bar a beber acompañado de su gran amigo Juan Rulfo. No acudió a la cena de honor que le organizaron para festejar la concesión del Premio Cervantes, que le dieron en 1980, a pesar de que era esperado por los Reyes.
El paradigma de escritor furtivo es J. D. Salinger. El autor de "El guardián entre el centeno" hizo de sus escapadas de su casa de New Hampshire todo un acontecimiento. Tanto es así que su presencia suscitaba tanta expectación como una aparición mariana. No se sabe muy bien por qué Salinger eligió la vida del ermitaño. Desde 1965 el prosista no entregó una sola línea a la imprenta. El escritor, que murió en 2009, se hizo querer tanto que cualquier cotilleo sobre su persona se elevaba a la categoría de noticia. Su hija Margaret le describió como un tirano y maltratador con extrañas manías, como la de beberse su propia orina para depurar su organismo. "No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo", escribió Margaret Salinger en una biografía implacable que en España publicó Debate.
Entrevistas, pocas
Comarc McCarthy tiene por norma conceder una entrevista cada diez años. Lo poco que se sabe de su persona procede una entrevista en "The New York Times" y un perfil en "Vanity Fair". Su única concesión al espectáculo fue una aparición por sorpresa en el programa televisivo de Oprah Winfrey. La entrevista fue fiasco. Durante toda la conversación el escritor mantuvo un tono seco y cortante. Cuando terminó, los devotos de McCarthy, que son legión desde la publicación de "Meridiano de sangre", seguían sin saber nada de él. Por no saber, nadie sabe dónde vive, si en El Paso, Knoxville, Galveston o Santa Fe. Lo único cierto es que su hogar está cerca de la frontera mexicana.
Si McCarthy puede jactarse de ser esquivo con la prensa, Thomas
Pynchon le aventaja: jamás ha concedido una entrevista. Por un tiempo se creyó que este eremita de la literatura era en realidad J. D. Salinger, pero los hechos se encargaron de refutarlo. Cuando le dieron el National Book Award envió a recogerlo a un cómico que dio las gracias por el galardón a Brezhnev, Kissinger y Truman Capote. Pynchon, sin embargo, se ha permitido algunas humoradas, como cuando prestó su voz para interpretar a su personaje en dos episodios de "Los Simpsons". Eso sí, el personaje de Pynchon se cuida de cubrir su rostro con una bolsa de papel.
Como Rulfo, la española Carmen Laforet fue una escritora condenada al silencio, un silencio que se impuso ella misma. Siendo muy joven publicó, en 1944, "Nada", un éxito que tuvo un efecto pernicioso: acreció su inseguridad patológica, circunstancia que le hizo rehuir el contacto social. Acabó sus días padeciendo una enfermedad degenerativa que devastó su memoria.
Elfriede Jelinek hubiera querido que le tragase la tierra el día que le concedieron el Nobel de Literatura en 2004. La escritora austríaca no pudo recoger el galardón por su fobia social. Ante la ausencia de la homenajeada, la Academia sueca optó por exhibir un vídeo en el que se mostraba a Jelinek y algunas escenas cotidianas cerca de su domicilio en Viena.
La norteamericana Joyce Carol Oates forma parte también de ese selecto club de escritores clandestinos. Es tan celosa de su intimidad que una de sus biografías se titula, no en balde, "Escritora invisible". Aunque desprecia las invitaciones que se le hacen y es alérgica a la vida mundana, no pasa desapercibida. Su grafomanía es tal que no hay año sin que publique uno o dos títulos.
Don de DeLillo, que narrativamente sigue los pasos de Pynchon, escribió toda una novela sobre el síndrome de Salinger. En "Mao II", de 1991, DeLillo aborda las tensiones entre el individuo y los colectivos que tratan de anular la personalidad en pro de un ideal superior.